jueves, 19 de agosto de 2010

Talento o Vocación. Reflexión acerca del estudiante de música.

¿Talento o vocación?

Por Manuel Espinás

Estimados colegas. En este breve escrito abarco un tema que, a mi juicio, es digno de una ardua reflexión y por lo tanto ocuparía numerosas páginas. Para esta ocasión, con gran esmero, se ha sintetizado en apenas dos cuartillas buscando una lectura fácil y agradable, sin justificaciones.

Reflexionemos entonces acerca del talento y la vocación de un artista.

Regularmente se confunden talento y vocación ocasionando graves problemas en la formación de un futuro artista. Hablo del artista en su máxima expresión: Músicos, Arquitectos, Pintores, Escritores, etc. Con el talento nacemos, pero no, con la vocación. Estoy consciente que a más de uno les causará polémica esta afirmación, es por ello que a continuación los invito a considerar el tema. Obviamente me concentraré en los músicos.

Cuántas veces hemos escuchado, en voz de las madres emocionadas al advertir que su hijo posee alguna habilidad para ejecutar cierto instrumento musical, la siguiente frase: …este niño nació para ser guitarrista… (El instrumento es lo de menos). No dudo, y tampoco creo que alguien vacile en aprovechar las cualidades que pueda tener su retoño para interpretar cierto instrumento musical o desarrollarse en esta difícil carrera en otra especialidad. Es por ello que cada vez son más numerosas las inscripciones en escuelas de música y, curiosamente, también las deserciones. Estas últimas, provocadas por la gran desinformación de los estudiantes y por el triste fenómeno social llamado desidia.

La desidia es un cáncer que está afectando a la población más joven y en gran medida es provocada, según la humilde opinión de un servidor, en primer lugar por el acoso de los medios de comunicación quienes constantemente promueven, en un porcentaje muy elevado, la supuesta “cultura popular” llevando a las grandes masas manifestaciones musicales y artísticas en general de una calidad inmensamente cuestionable sólo porque entretiene y, obviamente, llena los bolsillos. El pueblo se identifica con los intérpretes y grupos del momento, los idolatra, y sólo estos, son los que alegran sus almas y corazones. Radicalmente, nuestra juventud, la encargada de enarbolar nuevas ideas en pro de una educación excelsa es la que apoya en gran medida, con su desquiciado fanatismo, lo que yo llamo “cultura de la vulgaridad”. No quiero que entiendan o supongan entrelíneas, una discriminación de mi parte hacia la música popular o cualquier manifestación artística que anteponga el prefijo pop. Todo lo contrario. Soy un ferviente admirador del Rock, del Jazz, de la Salsa y la Rumba (de ahí vengo) y de cualquier otra tendencia que apueste por un mensaje de calidad para el público que es en definitiva de lo que adolece hoy en día la mal llamada “cultura popular”.

El segundo lugar irónicamente, y sólo por seguir una cronología numérica pues es igualmente importante que el punto anterior, es para internet. Digo irónicamente pues además de alimentar el mal gusto y llenar el cerebro de las personas con información decadente es donde podemos encontrar documentos y registros de multimedia de gran valor formativo. La disyuntiva está en saber para qué usamos la red. Si los jóvenes se percataran por un momento del inmenso laberinto de conocimientos que encierra internet creo que su acervo cultural se fortalecería.

No piensen que me estoy desviando del tema principal propuesto al principio de este ensayo destinado a reflexionar sobre la diferencia entre talento y vocación. Creo que es necesario contextualizar antes de discrepar y, antes de pasar a ello, expongo un último punto que es de gran impacto social: los padres.

El apoyo incondicional de los padres es determinante para el correcto desenvolvimiento de un joven estudiante de música u otra carrera artística. Tradicionalmente, al pensar en un hijo artista, viene la idea de un fracasado, de alguien que terminará en los semáforos limpiando cristales de coche o tragando fuego, por poner demasiado drástico el ejemplo. Pienso que más dramático sería estar toda una vida pensando en lo pudimos ser y no somos y peor aún, darnos cuenta que claudicamos a nuestros ideales por prejuicios e ignorancia. Me ha tocado ver a muchas personas en esa situación.

Es por estas razones y, obviamente, por muchas otras que podríamos incluir pero que en un ensayo de dos cuartillas sería imposible, que la vocación de un artista es vital para poder desarrollar ese talento nato del que los padres se vanaglorian al descubrir en sus hijos. La vocación es querer, es amor, es pasión por encontrar, más allá de los muros de la escuela o universidad, la información que nos permita identificarnos plenamente con la profesión que escogimos para desenvolvernos como seres humanos de bien en el futuro.

Podemos tener habilidades sobrenaturales para tocar un instrumento musical o tal vez para ser excelentes teóricos de la música pero si constantemente renegamos de la carrera o poseemos una idea errónea de lo que vamos a aprender, nuestro universo intelectual conspira en nuestra contra. Es por ello que vemos a chicos estudiando música clásica o arquitectura (escojan la carrera) y no tienen el mínimo interés en buscar alimento para su espíritu asistiendo a conciertos, conferencias, exposiciones o cualquier otra actividad que lejos de afectarles, le van a aportar ese condimento esencial que se llama cultura y, en consecuencia, los acercará o distanciará, sea el caso, de sus objetivos pues también existe la posibilidad de que al descubrir el mundo real donde están insertados, en este caso el arte, tomen conciencia de que no es para ellos.

Es oportuno que ilustre esta disertación con algunos ejemplos personales. Ejemplos que sin duda a más de uno sorprenderán y tal vez a otros les parezcan algo normal. Como es sabido, soy de origen cubano y toda la carrera la estudié en mi país, aproximadamente desde el año 1980 al año 1992.

El ambiente que disfrutábamos como estudiantes siempre fue envidiable y créanme que sólo ahora, después de vivir muchos años fuera de la isla, me doy cuenta de ello ya que poseo innumerables razones para poder diferenciar entre un pasado lleno de amor y pasión por estudiar música y un presente muy absurdo donde los jóvenes estudiantes cada día tienen más desidia y apatía por aprender, y lo más triste es que prácticamente lo poseen todo.

En mis años mozos (la nostalgia me abrasa) devorábamos las pocas grabaciones que caían en nuestras manos. Las partituras, aunque cueste creerlo, se copiaban todas a mano, incluso conciertos completos para guitarra y orquesta. Las tertulias musicales eran el pan de cada día, era ahí, donde las interminables discusiones acerca de la música, de sus intérpretes y compositores y de las nuevas tendencias culturales iban forjando en nosotros el carácter y profesionalismo necesarios que nos permiten, actualmente, sobrevivir en este mundo cada más competitivo. No piensen que es mi intención sugerir un retroceso en el tiempo y volver a utilizar los métodos “arcaicos” en la educación. No es así. Pero sí estoy convencido que mientras más se tiene menos se aprovecha, menos se valora la inmensa dicha de vivir en un medio donde todo, absolutamente todo lo necesario para crecer como artistas y profesionales, está, metafóricamente, en la palma de las manos.

Lo descrito anteriormente es cierto, como tan verdadero es que durante los festivales y concursos que se organizaban en La Habana la mayoría de los estudiantes de guitarra, y me incluyo, estábamos a la caza del momento en que los concursantes extranjeros cambiaran sus cuerdas para pedírselas. Vale conocer que la situación anteriormente descrita se propiciaba por el hecho de que durante la formación en el Instituto Superior de Arte (ISA) se asignaba mensualmente un juego de cuerdas a cada alumno, eso era todo. Una más: para asistir a concursos internacionales (fuera del país) se debía competir previamente en Cuba para aspirar a la única plaza o boleto disponible, esto provocaba una competencia a gran escala que lejos de perjudicar sembraba en nosotros el amor por la excelencia . Esto no lo cito con la finalidad de dar lástima, en definitiva es solamente un momento que nos tocó vivir, ni bueno ni malo, sólo diferente, pero sí es la intención dar a conocer una realidad que la inmensa mayoría de guitarristas (aunque se aplica para cualquier estudiante) de hoy desconocen y creo puede tocar a más de un cerebro perdido. La relación de anécdotas sería interminable.

Es por ello que al hablar de talento y vocación debo siempre aclarar, y reitero que es mi personal punto de vista, la gran diferencia que existe entre ambos. Una mayoría abrumadora de personas, como ya he expuesto, poseen talento, a veces muy elevado, para desarrollarse como excelentes intérpretes o investigadores. Entonces cómo se explican que igualmente una gran cantidad de ellos se queda en el camino hacia el éxito. La respuesta creo que pueden tenerla en estos momentos: No desarrollaron la vocación. Esas capacidades excepcionales se quedaron en el salón de clases, deslumbrando a varios con su virtuosismo pero cada vez que su mundo se achicaba producto del asilamiento y desinterés, se hacia más difícil continuar con la farsa. Se llega al estío y es cuando, por más talento que tengamos y hayamos escuchado en ocasiones que nacimos para ser esto o para ser aquello, descubrimos que siempre estuvimos actuando, que vivimos encerrados en una torre de cristal donde sólo se ven pasar las cosas pero no penetran.


La definición de la palabra Talento, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos dice lo  siguiente:  Inteligencia, capacidad intelectual de una persona. Aptitud o capacidad para realizar algo (...). Sobre la palabra Vocación podemos leer esto: Inclinación natural de una persona por un arte, una profesión o un determinado género de vida: vocación por la música.


Cómo es posible que estudiando música no nos alimentemos de actividades relacionadas con la carrera. Eso por pedir lo elemental pues si sugerimos asistir a un teatro, leer un buen libro o tal vez  admirar una colección pictórica creo que muchos se ofenderían. Lo que pido es poco. Se trata de identificación, de estar actualizados acerca de nuestra profesión y así, la pasión por crear y ser siempre mejores nunca se apagará.

Puedo suponer que en estos momentos, cuando me dispongo a epilogar este breve escrito, muchos de ustedes se estén cuestionando si están en el lugar correcto estudiando la carrera correcta. Si esto ocurre, ha valido la pena esta lectura.

Para finalizar cito una frase ya bastante conocida pero poco puesta en práctica: No hay talento sin trabajo, o lo que es igual: No hay talento sin vocación.

Ciudad de Puebla, México, septiembre 2009

4 comentarios:

  1. Está excelente este texto Manuel, creo que muchas personas de la escuela deberían leerlo y hacerlo leer a cualquiera que pretenda estudiar música o enseñarla! :), escribe más...

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  2. Muchas gracias José Luis, me halagan tus comentarios y a la vez me comprometen. Un abrazo.

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  3. FELICIDADES MAESTRO POR SU ENSAYO, DEJEME DECIRLE YO SOY FANÁTICO DE LA MUSICA Y EN ESPECIAL DE LA GUITARRA, NO PUEDO ESTUDIAR MUSICA, YA QE ESTUDIO INGENIERIA, PERO ASISTO A LOS EVENTOS QE PUEDO Y COMO DICE POR MEDIO DEL INTERNET APRENDO MUCHO, Y HE ESTADO CON MUSICOS Y COMO DICE TIENEN TALENTO PERO NO VOCACION CONOSCO GENTE QE LLEVA 15 AÑOS TOCANDO GUITARRA Y NO SABE HACER NI EL ARPEGIO MAS SENCILLO, NO QIEREN ESTUDIAR O BUSCAR MAS, GRACIAS MAESTRO POR ESTAS PALABRAS

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